La primera parte de este relato la podéis leer aquí__________________
El castilloAlex asomó un momento la cabeza por la puerta del castillo:
- Está todo despejado, Emma, puedes entrar.
Me cogió la mano de manera suave, y nos introdujimos en el misterioso castillo del pueblo, que, por cierto, aún no sabía como se llamaba. La entrada solo ya era inmensa, y qué decir del enorme recibidor desde el que se veían unas enormes escaleras...es que todo era "enorme", no encontraba otra palabra más precisa que esa para describir lo que veían mis ojos.
- ¿Es grande, eh?
- Y que lo digas, nunca había visto un castillo tan...
- ¿Enorme?
- Eh...sí, eso era justo lo que estaba pensando.
- Vayamos por la izquierda, parece que hay unas escaleras algo más pequeñas que esas que imponen tanto.
- Sí, mejor será...
Alex va subiendo las escaleras. Yo me quedo un momento abajo. A mi izquierda hay una caja de cartón y parece que contiene juguetes...muñecos o algo así.
- Alex, ¿qué hace esto aquí?
Alex baja tres peldaños para mirar lo que le estoy enseñando.
- No me había fijado, pues parecen juguetes, pero imagino que alguien los habrá traído.
- ¿Y para qué los dejan ahí? ¿Una especie de ofrenda al señor del castillo?
- Jajaja, pues podría ser, pero no lo creo. Más bien parece la posesión de alguien que quizá pasa aquí unos días, quizá tenga un niño pequeño y los utiliza para entretenerlo mientras está aquí, ya te avisé que a veces los okupas pasan aquí unos días antes de seguir su camino.
- Pues yo no pasaría aquí ni un solo día.
- No da tanto miedo, una vez...
- ¿Una vez qué?
- Una vez que te acostumbras.
- ¿Pero tú has estado aquí más de un día?
- Sí, y más de una noche.
- No me lo creo.
- Pues sí, suelo venir para pensar, pero yo suelo subir aquí arriba...
- A ver...te sigo.
- Ven, no tengas miedo, aquí a la izquierda hay una especie de balcón donde yo subo y se ve todo el jardín.
Subimos cogidos de la mano. Su mano es tan suave, y a la vez tan fuerte y segura. Con él no tengo miedo, me hace sentir tranquila.
- Mira, ¿lo ves?
- Uauuuuuu vaya. Es impresionante. Cuantas flores. Y hay una fuente también, y ¡un laberinto!
- Sí, a este castillo no le falta de nada, ¿verdad?
- Es un jardín de ensueño, de esos típicos de cuentos clásicos.
- Yo diría más bien de cuentos de terror. Por la noche la impresión que tengo no es precisamente la misma que vemos ahora cuando todavía hay luz.
- ¿Por la noche? ¿y cómo es por la noche?¿qué es lo que cambia?
- ¿Ves aquella
estatua, la que está al lado de la fuente que vemos desde aquí?
- ¿Esa mujer que mira al cielo?
- Sí, exactamente. Por la noche no está mirando al cielo, sino que mira fijamente a este balcón, donde yo suelo subir a pensar. Es terrorífico.
- Me estás tomando el pelo, no te creo nada de nada.
- ¡No te miento! Además, puedes comprobarlo cuando quieras, ahora mismo, sólo tenemos que esperar aquí hasta que se vaya la luz del día, ya faltan pocas horas.
- ¿Y la cena con tu familia?¿no vamos a llegar tarde?
- ¡ Es verdad ! Lo había olvidado completamente. Contigo las horas pasan tan rápido que ni las noto, no me doy cuenta del paso del tiempo.
- Bueno, si te consuela, yo tampoco lo he pensado hasta que has hablado de pasar aquí la noche.
- Tampoco me refería a estar toda la noche, pero con unos minutos bastarían para ver la estatua moverse...
- Me está entrando miedo de verdad, mejor volvamos.
- Está bien, lo dejaremos para otro día. Mi madre ya habrá preparado uno de sus platos favoritos.
- ¿Y qué es?
- Ya lo verás, eres muy impaciente.
- Bueno, es que eres un chico demasiado misterioso para mí, tengo poca paciencia con los misterios.
- Pues más vale que aprendas a esperar, en este pueblo las prisas no son buenas.
- ¿Por qué lo dices?
- Las cosas más hermosas, las más misteriosas, no suceden de prisa. Como más pensamos en ellas más tardan en aparecer. Sin embargo, cuando te relajas, y miras al horizonte, o te fijas con detalle en algo...esa cosa puede cambiar de lugar, o puede conducirte a un lugar en el que no habías estado antes.
- Creo que hoy sí has fumado un porro o dos.
- Yo no...
- ...no tomas drogas, ya lo sé, pero lo parece por la forma en que te expresas...
- Vamos, ven, baja ya, que mi madre se va a poner histérica de no verme para la cena.
- Y tu mejor amigo, al que te recuerdo que has abandonado por mí. Algo extraño cuando tú mismo me dabas clases de lo que una amiga no debe hacer conmigo, que es abandonarme por una de sus citas.
- Esto es diferente.
- ¿Ah, sí?
- Yo ya iba contigo, es él quien ha venido a saludarnos y se ha cruzado en nuestro camino.
- Si tú lo dices...
Seguimos cogidos de la
mano y salimos del castillo. Al bajar la escalera me fijo de nuevo en la caja de juguetes abandonada en un rincón. Hay una muñeca que antes no estaba ahí, estoy segura. Pero prefiero no pensar en eso o empezaré a tener miedo de verdad.
El paseo de vuelta hasta la feria lo hacemos más rápido que el de ida al castillo. O al menos, a mí me lo parece, porque estamos callados y más concentrados en salir del jardín ese tan extraño. Yo no me he girado ni una vez, pero Alex no deja de volver la cabeza atrás mirando hacia la estatua. Ahora ya es de noche, no hay nada de luz. Me alegro de haber vuelto antes de que sea noche cerrada porque me daría miedo quedarme allí en un momento como el que he pasado hace un rato, mirando la caja de juguetes o hacia la estatua de la fuente.
- La estatua mira ahora hacia el balcón, ¿la ves?
- Prefiero no mirar, si no te importa.
- Como quieras, otro día te lo enseñaré.
- No sé si habrá otro día, ese sitio me empieza a dar escalofríos, en serio.
Llegamos a la casa de Alex, donde ya se hayan reunidos casi todos los miembros de la familia.
- Mamá, ya estamos aquí.
- Hijo, menos mal, tu tío no para de buscarte, te ha traído algo.
- ¿Un regalo?
- Sí, eso parece, uno de los regalos que trae siempre de sus viajes.
Me siento en una de las mesas vacías ,mientras Alex va a hablar con su tío.
- Hola, Emma, por fin llegáis.
Es su hermano David. Se sienta a mi lado en la mesa casi vacía.
- Sí, no quería quedarme de noche en ese castillo.
- Ah, el castillo...mi hermano no le tiene miedo a nada parece.
- ¿Tú sí?
- Bueno, al castillo en sí no tanto, pero sí a quedarme allí de noche. Has hecho bien en querer volver, me da mala espina ese sitio.
- Es curioso, yo también sentía miedo cuando estaba oscureciendo. Pero parece que a Alex no le afecta tanto, a él no le hubiera importado pasar la noche allí.
- Ya te digo, está algo loco, algún día se va a encontrar algo que no le va a gustar nada.
- ¿Como la estatua?
- ¿La estatua, de qué hablas?
- La de la fuente, la mujer que mira hacia...
- No me digas que te has creído esa patraña de Alex. Le gusta asustar a los miedosos como nosotros.
- Pero...
- Esa estatua no se mueve, al menos, yo nunca la he visto moverse.
- Pero él decía que...
- No le hagas caso, no mi
entras no lo veas con tus propios ojos. Le gusta alardear de su valentía en algunas situaciones. Lo habrá dicho para impresionarte.
- No estoy tan segura, no parece ese tipo de chicos. Además, no dejaba de volver la vista atrás cuando nos alejábamos del castillo. Y, aunque no parecía asustado, se le veía con ganas de enseñarme la estatua para que la viera por mí misma. No creo que estuviera mintiendo, pero me daba miedo mirar y no lo he hecho.
- Haces bien o tú también te volverás paranoica como él.
En ese momento llega Alex y se sienta a mi izquierda.
- Bueno hermanito, veo que has congeniado con Emma.
- Sí, me alegro que volviérais pronto.
- ¿Tú también le tienes miedo al castillo?
- Sí, como cualquier ser humano que se dirija allí de noche, no lo veo tan raro.
- Vamos hombre, no me digas que le tienes miedo a la estatua tú también.
- Miedo no, pánico. Esa sería la palabra.
- Pero si siempre me dices que son cosas mías.
- Ya, pero prefiero no comprobarlas por si acaso.
-¡ Miedoso!
- ¡Loco de remate!
Alex, David, venid aquí. Emma, esta es tía Adela. Tía Adela, aquí tienes a mis hijos algo más crecidos que el año pasado, y esta es Emma, amiga de Alex.
- Hola chicos, ¡cómo habéis crecido!
- Hola tía Adela - contestan Alex y David al mismo tiempo.
- Nunca dejáis de sorprenderme. ¿Algún día dejaréis de crecer?
- Yo creo que no, mis hijos parece que tomen alguna hierba para el crecimiento.
- O para ponerse a tono - dijo yo en voz muy baja para mis adentros.
- ¿Decías algo Emma, cariño? - me dice su madre mirándome fijamente.
- Nada, nada, pensaba en voz alta...
Sentáos todos, vamos a servir la comida ya o se enfriará - dice su madre dirigiéndose a todas las mesas.
Doce mesas nada menos, dispuestas en círculos concéntricos. Qué raro, esa disponsición de las mesas no se me hubiera ocurrido nunca.
- Ven, Emma, sentémonos en esta misma.
Alex me vuelve a coger de la mano con esa seguridad suya que me desarma cada vez más. Nos sentamos todos y esperamos.
El padre de Alex, al que aún no me han presentado formalmente, empieza algo así como un brindis. David, sentado a mi derecha, coje la copa y se me queda mirando.
- ¿No bebes champán?
- Bueno, casi nunca, solo en Navidad o en ocasiones especiales.
- Esta es una ocasión especial - dice Alex.
- ¿Tú crees?
- Sí, estas aquí, con una familia grandísima, ¿no crees que es hora de tomar algo?
- Quizá tengas razón...
Cojo la copa en mis manos y me uno al brindis.
- ¡Por nuestra familia, que siga creciendo y que siempre podamos reunirnos al llegar las fiestas!
- ¡Por los Savendrish!
- ¡Por los Savendrish! - contestan a la vez Alex y David.
Me los quedo mirando primero a David, y luego a Alex. Me acabo de dar cuenta de que aún no conocía su apellido.
- ¡Por vosotros y vuestra familia! - les digo a los dos.
Alex me mira, me coje la mano suavemente, y dice:
- Por tí Emma, por este día en que has llegado a mi vida de manera tan inesperada.
Me ruborizo y le doy las gracias en voz baja, de manera tan imperceptible que David tiene que preguntarme qué he dicho.
- Decía que... gracias por esta velada.
- De nada Emma. Mi familia, como irás comprobando, tiene muy buena mano para preparar fiestas, ya lo verás, y esta no será la única, te lo aseguro.
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